30 julio 2010

Contando Lágrimas


Fueron cuatro. Cuatro más la que rueda por mi mejilla izquierda ahora. Es como la explosión de sentimientos que tu cuerpo no contiene. Como apretar los dientes cuando duermes y tienes pesadillas, como gritar cuando te enojas... Pero siempre las lágrimas son el último recurso. Tanto que parecen contadas las gotas que brotan desde los ojos. Entonces es cuando me doy cuenta que para que en este momento esté deslizándose la octava porción y delineando mi párpado inferior la novena, la del número perfecto, la de la más profunda sinfonía, la que huye de usar dos cifras, la del número que se levanta ante su gráficamente inverso seis... Para que esa lágrima pretenda salir de mi cuerpo, el sentimiento debe crecer como una enorme nube de humo en mi interior. Una nube de un gas tóxico para los prismas de sal y agua, que a medida que crece los obliga a huir del hambre de posesión tangible que invade al sentir... Rompe el llanto. Te rompes para salvar a tus lágrimas. Ellas te lo agradecen regalándote la prueba de que la nube desistió al ver que no podía contra un ser capaz de partirse el alma para que el veneno de la tristeza, de la ira, no contamine simples agridulces fragmentos de humedad...
once, por si las dudas...

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